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Editorial: Culpar al sepulturero

«Acusar a los curtidores de ser responsables de la matanza de los animales; aún es más, poner sobre sus hombros cualquier crueldad posiblemente infligida, equivale a culpar al sepulturero por la muerte de una persona». Esta contundente afirmación forma parte de la carta que remitió la Confederación de Asociaciones Nacionales de Curtidores y Aparadores de la Comunidad Europea (Cotance) a la dirección de la Semana de la Moda de Helsinki (Finlandia), después de que esta pasarela de alta costura anunciara su decisión de prohibir las prendas de cuero en sus desfiles en su próxima edición de 2019. Según explicaron los responsables de esta semana de la moda, la medida, tomada en colaboración con la asociación animalista PETA, tiene como objetivo luchar de manera activa «contra la crueldad hacia los animales y los impactos ambientales dañinos que trae consigo el uso de las pieles».

No solo no se puede culpar a las curtidurías de la muerte de los animales, sino que hay que reivindicar su figura como la responsable de revalorizar un pellejo despreciado y convertirlo en un material que a lo largo de la historia ha acompañado al hombre.

Resulta agotador repetir los mismos argumentos, sobre todo si tienen como destino gente tan poco receptiva a escuchar como lo son ciertos colectivos en defensa de los animales. Se les ha dicho una y otra vez que el sector de la curtición de pieles tan solo aprovecha un subproducto de la industria cárnica y láctea; se les ha reiterado, a través de múltiples canales y distintas maneras, que no se mata ningún animal para curtir su piel, que la piel es un desecho que, de no curtirse, acabaría en un vertedero o incinerado; se les ha insistido en innumerables ocasiones acerca de lo equivocado que resulta imputar a la actividad curtidora la huella de carbono provocada por la cría de ganado o el sacrificio en el matadero, como, por cierto, recientemente ha reconocido la Unión Europea, y que siempre será más sostenible, ecológica y adaptada a la economía circular una industria que reutiliza un desperdicio que aquella que apoya materiales alternativos, que en la mayoría de los casos no dejan de ser plástico o derivados de combustibles fósiles. Todo esto sin mencionar los tremendos esfuerzos que está realizando en los últimos años la industria de la curtición por reducir su consumo de agua o mitigar sus impactos ambientales, mediante costosas inversiones en nueva maquinaria o en investigaciones de químicos innovadores.

De cualquier manera, la sordera de nuestros interlocutores no puede dejarnos mudos. Desde el sector debemos ser más osados y vehementes en nuestra defensa del cuero. Ha llegado el momento de contraatacar, de desmentir los embustes, relativizar lo exagerado y recuperar la imagen del cuero como lo que es: un material cuyas propiedades (resistencia, ductilidad, comodidad, durabilidad, belleza, etc.) todavía, y dudamos seriamente que en algún momento lo sean, no se han conseguido emular de manera artificial. No solo no se puede culpar a las curtidurías de la muerte de los animales, sino que hay que reivindicar su figura como la responsable de revalorizar un pellejo despreciado y convertirlo en un material que a lo largo de la historia ha acompañado al hombre. Porque, a fin de cuentas, lo que hace un curtidor es crear belleza a partir de algo que nadie quiere. Y, sinceramente, no se nos acurre mejor definición para describir la actividad de un artista.

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